martes, 5 de marzo de 2019

El traje de abrazar


Recuerdo muy vívidamente aquel día, debía tener unos 6 años, y de aquella, la inocencia era lo que me definía, como a todos los niños de esa edad.  La voz imponente y clara de mi madre sonó por los rincones de la casa:
-           Gilbeeeeer!
-           Gilbeeeeeeeeer! – los niños jamás contestan a la primera, creyendo que ignorando la llamada derrotan a la resiliencia de una madre…. pobres ilusos.
-           ¿Qué?
-           ¡Que vengas! Ah, ahí, estas. Vete a mi habitación y mira ver si encuentras un pañuelo gris que tengo por ahí, en los estantes.
-           Vale, mami.
Me dirigí a la habitación y abrí el armario. No me disgustaba mirar en los armarios, siempre me parecía curioso ver cosas nuevas, descubrir cosas diferentes ahí. Pero al intentar rebuscar para encontrar el pañuelo (que al final andaba mucho más a la vista de lo que pensaba), descubrí una especia de palanca en un lateral del armario. Pensé, para qué servirá esto. Obviamente, la curiosidad me pudo, y accioné el mecanismo.
¡Cual sería mi sorpresa! Aluciné cuando de repente, el fondo del armario se abrió y de ahí vi un pequeño pasillo con una puerta al final. UAAAAAUUUUU. Mis ojos se abrieron como platos. ¡Una super guarida, como la de Batman! ¡Y estaba en mi casa! No podía creérmelo. Después de frotarme los ojos, y de asegurarme de que no había moros en la costa, me adentre en el pasillo.
Cuando atravesé la segunda puerta, una estancia se abrió ante mí que me dejo perplejo. Era como un vestidor, lleno de trajes, y de todo tipo de utensilios, herramientas, disfraces, trajes de superhéroes……. ¡Increíble! Había un traje de Superman, había uno de Batman, estaba el traje igualito de Mary Poppins, con el bombín, ¡y el paraguas volador!!! ¡Hala!!! También había un montón de material de campaña, como para librar batallas, escudos protectores, y hasta balas para disparar a los malos. Y entre todas también vio un mono de trabajo, y un traje con una etiqueta que ponía “Mama”, y debajo “Jefa de Logística”. Había herramientas de fontanero, bata de profe, una bata de enfermera, otra de médico, y algo que me gustó mucho. Un traje en el cual tenía refuerzo para los brazos. ¡Que molón, un traje de abrazar! Sin duda, con eso se darían los abrazos más grandes del mundo. Y todo eso lo tenía mi madre.



Salí del armario sintiéndome, por primera vez en mi vida, uno de los niños más afortunados del mundo. Cerré todo bien, y volví al salón donde me esperaba mi madre con cara de reprimenda:
-           ¿Como has tardado tanto?  Aaaaaaayyyyyyy – y no pudo evitar sonreírse al ver mi carita de nene bueno, y me revolvió el pelo.
Ahora, con el paso de todos estos años, me doy cuenta de muchas cosas. De cuánta razón tenía de sentirme afortunado, de lo importante que era mi madre para mí y sobre todo, y más que ninguna cosa, me he dado cuenta de cuánto ha necesitado mi madre todos esos trajes que aquella vez vi en su armario, para ser a la vez superheroína, profe, medico, jefa de logística, madre protectora, luchadora por defender a sus hijos de cualquier mal, y a la vez, poder dar esos abrazos como solo una madre puede dar.
Dedicado a todas las madres que se multiplican cada día para poder dar todo a sus hijos. Y muy en especial, a la mía, a la que muchos de esos trajes le quedan como anillo al dedo.

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