Recuerdo muy vívidamente aquel día,
debía tener unos 6 años, y de aquella, la inocencia era lo que me definía, como
a todos los niños de esa edad. La voz
imponente y clara de mi madre sonó por los rincones de la casa:
- Gilbeeeeer!
- Gilbeeeeeeeeer!
– los niños jamás contestan a la primera, creyendo que ignorando la llamada
derrotan a la resiliencia de una madre…. pobres ilusos.
- ¿Qué?
- ¡Que
vengas! Ah, ahí, estas. Vete a mi habitación y mira ver si encuentras un
pañuelo gris que tengo por ahí, en los estantes.
- Vale,
mami.
Me dirigí a la habitación y abrí el
armario. No me disgustaba mirar en los armarios, siempre me parecía curioso ver
cosas nuevas, descubrir cosas diferentes ahí. Pero al intentar rebuscar para
encontrar el pañuelo (que al final andaba mucho más a la vista de lo que
pensaba), descubrí una especia de palanca en un lateral del armario. Pensé,
para qué servirá esto. Obviamente, la curiosidad me pudo, y accioné el
mecanismo.
¡Cual sería mi sorpresa! Aluciné
cuando de repente, el fondo del armario se abrió y de ahí vi un pequeño pasillo
con una puerta al final. UAAAAAUUUUU. Mis ojos se abrieron como platos. ¡Una
super guarida, como la de Batman! ¡Y estaba en mi casa! No podía creérmelo.
Después de frotarme los ojos, y de asegurarme de que no había moros en la
costa, me adentre en el pasillo.
Cuando atravesé la segunda puerta, una
estancia se abrió ante mí que me dejo perplejo. Era como un vestidor, lleno de
trajes, y de todo tipo de utensilios, herramientas, disfraces, trajes de
superhéroes……. ¡Increíble! Había un traje de Superman, había uno de Batman,
estaba el traje igualito de Mary Poppins, con el bombín, ¡y el paraguas
volador!!! ¡Hala!!! También había un montón de material de campaña, como para
librar batallas, escudos protectores, y hasta balas para disparar a los malos.
Y entre todas también vio un mono de trabajo, y un traje con una etiqueta que
ponía “Mama”, y debajo “Jefa de Logística”. Había herramientas de fontanero,
bata de profe, una bata de enfermera, otra de médico, y algo que me gustó
mucho. Un traje en el cual tenía refuerzo para los brazos. ¡Que molón, un traje
de abrazar! Sin duda, con eso se darían los abrazos más grandes del mundo. Y
todo eso lo tenía mi madre.
Salí del armario sintiéndome, por
primera vez en mi vida, uno de los niños más afortunados del mundo. Cerré todo
bien, y volví al salón donde me esperaba mi madre con cara de reprimenda:
- ¿Como
has tardado tanto? Aaaaaaayyyyyyy – y no
pudo evitar sonreírse al ver mi carita de nene bueno, y me revolvió el pelo.
Ahora, con el paso de todos estos
años, me doy cuenta de muchas cosas. De cuánta razón tenía de sentirme
afortunado, de lo importante que era mi madre para mí y sobre todo, y más que
ninguna cosa, me he dado cuenta de cuánto ha necesitado mi madre todos esos trajes
que aquella vez vi en su armario, para ser a la vez superheroína, profe,
medico, jefa de logística, madre protectora, luchadora por defender a sus hijos
de cualquier mal, y a la vez, poder dar esos abrazos como solo una madre puede
dar.
Dedicado a todas las madres que se multiplican cada día para poder dar todo
a sus hijos. Y muy en especial, a la mía, a la que muchos de esos trajes le
quedan como anillo al dedo.
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