miércoles, 20 de febrero de 2019

La leyenda de las rosas perennes


Erase una vez, hace mucho mucho tiempo, un reino muy lejano, gris y frío. Allí vivía por aquellos días la princesa de aquel reino, a la cual aquejaba un grave problema, la princesa de aquel lejano reino sufría de tristeza y melancolía. La princesa no quería vivir allí, y anhelaba día tras día el sol de las lejanas tierras que había visitado cuando no era más que una niña. Siempre había querido salir de allí, escapar, y ver de nuevo los mares cálidos y aquel cielo azul claro que tanto echaba de menos. Por si fuera poco, los cortesanos le habían puesto un estricto calendario de lectura y enseñanzas para formarse mejor como princesa, para el día que le tocara reinar. “Pero si ya soy princesa, para que necesito esto, si ni siquiera quiero reinar aquí?”
Su mente le daba vueltas cada mañana a la pena de sentirse sola, y a la melancolía de los desengaños pasados, y las promesas de aquellos príncipes vacíos, que al final la habían devuelto a su grave melancolía.
“Saldre de aquí, me escapare, y juro que jamás nadie me volverá a hacer daño”- se había prometido a si misma. 

Un día cualquiera de un verano cualquiera (los días y los años pasaban lentos en aquel reino), paseando por los alrededores del castillo, se cruzó con un hombre. Este hombre era muy normal, no era un noble, pero tampoco un plebeyo, y lo que le hizo fijarse fue que él le sonrió, y esa sonrisa le hizo sentir bien. Al cabo de un rato, y ya de camino de vuelta para el castillo, vio a ese mismo hombre. Eso sí, esta vez llevaba una rosa preciosa en la mano. Según la vio acercarse, y sin decir nada, le entrego la rosa, con la misma sonrisa que había visto un rato antes. La princesa, extrañada, cogió la rosa, y se fue. Llegando a sus aposentos, y sintiéndose halagada, sonrió, y por primera vez en un tiempo, se sintió un poquito mas feliz.
Mas de repente, sintió miedo, y se empezó a preguntar “por qué me ha regalado la rosa?”, “qué es lo que pretende?”, “acaso sueña con imposibles?” La sensación de saberse deseada se mezclo con su ancestral miedo a sufrir, y simplemente decidió dejar la rosa en la mesa de su dormitorio.

Al día siguiente, noto que, desafiando toda lógica al encontrarse sin agua, la rosa resplandecía aún más que el día anterior. Ese día volvió a salir, y se volvió a encontrar con aquel extraño, que esta vez, le ofreció otra rosa, esta vez acercándosela, y susurrándole “anoche tuve un sueño, yo te sacaré de aquí”. La princesa pensó en el atrevimiento de aquel súbdito de la corona, pero en su fuero interno, se sintió feliz, sin acordarse de sus problemas. Pero, y si me engaña? – pensó.

Debatiéndose entre el cariño, la felicidad de ser querida, y la extrañeza de lo sucedido, dejó otra vez la rosa en su mesa, sin agua. Las rosas se marchitarán, pensó, igual que los amores platónicos van y vienen, cambiantes como las mareas. Aquella noche, observó durante mucho rato la luz de la luna, como pidiéndole consejo. La luna era clara y llena, y su luz iluminaba la planicie que se veía desde lo mas alto de aquella torre del castillo. 
En un arrebato, cogió las rosas, y quiso tirarlas, pero algo en su fuero interno se lo impidió. Y si…..? Le daba miedo pensar en aquello. Podría su corazón herido volver a sentir el amor? Decidió poner punto final a sus confusiones, e intento dormir.

Al día siguiente, un día radiante amaneció, y con los primeros rayos del sol, la princesa vio las rosas más vivas que nunca. No sólo no estaban marchitas, sino que resplandecían a la luz del sol. Sonrió, y decidió que ese día, aunque no fuera día de paseo, ella saldría a respirar el aire de libertad de los alrededores del castillo. 
Nada mas salir del puente sobre el foso del castillo, se sorprendió al ver a aquel extraño, que parecía esperarla, con una enigmática sonrisa, y una bella rosa en su mano. 

Aquel día hablaron, rieron, y ella se permitió dar un paseo por el río acompañada de aquel hombre que mezclaba lo extraño con la confianza y la seguridad que dan las buenas personas. En un momento, mientras contemplaban las aguas del río, ella le cogió la mano, y sintió una calidez y ternura que ella había creído olvidada para siempre. Aquella tarde le transporto a tiempos mejores, e hizo que por unas horas, olvidara sus problemas y sus confusiones. Desafortunadamente, los miedos volvieron al caer la tarde, y ella decidió no verle mas. 

A partir de aquel día, la princesa veía a aquel hombre, esperando a la entrada del castillo, donde normalmente se apostaban algunos sirvientes, y muchos mendigos, esperando a las migajas de los caballeros del castillo. Sin atreverse a cruzar aquella frontera, se quedaba allí, fugazmente mirando hacia arriba, y siempre dejando una rosa apoyada en los muros del castillo.
Secretamente, la princesa mandaba a su doncella todos los días a recoger aquellas rosas perennes, que siempre estaban bellas y no se marchitaban. Por una parte, albergaba una pequeñísima ilusión, pero se había impuesto la racionalidad de saber que en el fondo, no era algo que fuera a funcionar, era simplemente algo que le halagaba, pero sentía que nunca habría algo suficientemente fuerte hacia el dentro de su corazón.

Así, pasaron días, semanas, meses, y las rosas perennes llenaban el aposento de la princesa. Estaba ya decidida a olvidarse de ellas, cuando un día, al salir a la alcoba para ver el atardecer, sintió que le faltaba algo. Miro hacia abajo, pero aquel día no pudo ver a su extraño ni a la rosa que el portaba.
Azorada, y sintiendo que algo iba mal, corrió escaleras abajo, y se acerco al portón del castillo. Un viejo mendigo la miro, e inquirió : “Busca su alteza al extraño de las rosas del acantilado?” Ella contesto “sí, no sabrá usted, buen hombre, dónde puedo encontrarlo? Creo que… tengo algo muy importante que decirle”.“Alteza, dicen que sus rosas provienen del acantilado, de un lugar casi inaccesible, y casi nadie se arriesga a deslizarse por las rocas para cogerlas. Probablemente su alteza encontrará allí a su hombre”.
Nerviosa y con el pálpito que casi siempre precede a las desgracias, la princesa corrió hasta quedar sin aliento hasta llegar a aquel acantilado, no muy frecuentado, que contaban las viejas historias que estaba encantado.
Al llegar allí, temblando, se asomo al abismal precipicio. Allí lo vio, y un rayo de terror recorrió su cuerpo. El pugnaba por agarrar la ultima rosa escondida, en un recoveco del complicado amasijo vertical de rocas. “No lo hagas!”, pensó, “no merece la pena”. Al intentar extender la mano, y casi tocando esa ultima rosa, el viento le golpeó fuerte, e hizo que su mano agarrara la rosa, pero el extraño cayó al vacío. Llevaba la rosa en su mano cuando su cuerpo golpeó las frías aguas del mar. Ella, al verlo caer, susurró algo, que por alguna extraña razón, el viento llevo a los oídos de el:

-  Gracias. Tu presencia en este tiempo me ha ayudado a sentirme más viva.

Antes de hundirse en el agua, ella, a lo lejos, pudo verle sonreír. En ese momento, al borde del acantilado, la princesa derramó una lágrima, y allí, debajo de ella, en la hierba, justo al borde del acantilado, surgió la rosa mas bella que nadie hubiera visto nunca.


Si alguna vez vais a aquellas lejanas tierras, no dejéis de visitar el castillo, y el acantilado, ahora llamado “El acantilado de la princesa atormentada”. Allí, cada día 11 de noviembre, la gente del lugar deposita flores donde la leyenda cuenta que la princesa lloró, en honor del extraño de las manos tiernas.

Si os fijáis bien, en medio de todas las flores, hay una rosa que nunca se marchita.




“Dedicado a todas las princesas que alguna vez se han sentido confundidas”